The Day I Saw You.

Por Hugo Alejandro Vega


Una imagen no se conforma por los estímulos sensibles que capta el ojo, más bien, es una configuración que resulta de un proceso mental que discrimina elementos. La vista deriva tanto de aquello que recupera como de lo que suprime. La peculiaridad de la mirada reside en los criterios que desarrolla cada cual para determinar qué es importante.

The Day I Saw You nombra una de las exposiciones más recientes del Museo de la Cancillería, reúne 25 retratos entre esculturas, pinturas y textiles de 22 artistas que forman parte de la Colección Fundación AMMA. Este título sugiere una suerte de efeméride cotidiana, parece querer darle el carácter de acontecimiento a un suceso mínimo. Lo cierto es que la muestra da ocasión para señalar el conjunto de omisiones que enmarcan la mirada, así como para mostrar que las cualidades del arte se encumbran por encima de las circunstancias que contribuyen al olvido.

En conjunto, los retratos superan las limitaciones que la procedencia impone a la vista. Favorecen un aparecer que la distancia entre sus países de origen tornaría imposible, la mirada ha omitido las fronteras.

Segunda limitación: la dicotomía tradicional de la representación y de lo representado, concepción de orden platónico que supone que la obra no muestra, sino que se refiere a algo todavía más real, de lo que se aleja. En ese sentido, la exposición presenta un gradiente que va de lo meticulosamente fidedigno hasta la mentira más visceral, pero entonces tendría que admitirse que la humanidad se define por una apariencia homogénea con la que cada persona tiene que cumplir. No, la variación técnica resulta más adecuada que cualquier intención mimética, porque libra la contingencia de la carne. El criterio empírico cae en el engaño de equiparar el ser a lo aparente, el arte resulta catártico porque no se pregunta si somos, se pregunta cómo somos para concedernos visibilidad.

Lo frecuente es otro modo de ocultamiento. Aquello que integra lo habitual acaba por sustraerse a la vista, seguramente ignoraríamos a estas personas de no ser porque están en un retrato. Haciendo nada más que existir ante la mesa o la PC. El ojo hace del aburrimiento un juicio de valor, pero tampoco puede procesar las situaciones caóticas, se le escapa el plexo de acontecimientos que simultáneamente dan lugar a un conflicto, se aparta de las escenas más crudas. Así que el arte no se predica en términos de verdadero o falso, en cambio, media entre lo presente y lo ausente. Propone variaciones cromáticas, texturas, formas. Dibuja un umbral de interés en que no hay lugar para lo anodino o en que nos atrevemos a encarar la violencia. En suma, cambia la cualidad de la mirada, que de ser afecto pasa a ser actividad.

¿Un retrato es complaciente con los delirios de la identidad, o aparta las contingencias que se imponen a lo que se desea ser, a lo que se pudo ser? ¿Un cuadro puede proponer una familiaridad inexistente entre dos personajes? Una obra ofrece la oportunidad de preservar eso que nos supuso un esfuerzo sostenido por llegar a ser, que logramos ser apenas durante un intervalo entre insatisfacciones. Una obra distingue lo que fuimos durante más tiempo, de lo que fuimos genuinamente.
Ahora se puede vislumbrar lo memorable de los días en que se ve. La muestra toma el título de una de las piezas que exhibe, este texto hace lo propio para cerrar sus observaciones. Aunque todo lo dicho esté equivocado, aunque un retrato sea insuficiente para revelar la identidad al público, At least they have to admit you’re there (Al menos tienen que admitir que estás ahí).


Hugo Alejandro Vega

Ciudad de México, junio de 2021

Miguel Casco Arroyo

(Puebla, 1991) Artista visual, gestor cultural y museógrafo.

https://www.miguelcasco.com/
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