El deseo insuperable de caer

Por Hugo Alejandro Vega

¿Es posible hablar de un anhelo por lo inevitable? ¿Abrazar con intención la necesidad? Valeria Villegas parte del empeño por la estabilidad y nos coloca más allá del límite del trazo. Al sumar líneas perfora el horizonte, abisma la mirada que pretende seguir un decurso horizontal. En la mancha la superficie se precipita hacia la pintura, funambulista que cayó en la trampa de un acantilado tejido minuciosamente. 

Valeria le plantea una nueva dirección a la caída, su obra proyecta un infinito hacia los lados, desafiando esa resistencia que llamamos equilibrio. En ella se cumple la promesa enunciada por el vértigo. 

Tinta, gouache y barniz se aglutinan en el derrumbe hecho método. En el rastro del pincel no hay un esfuerzo por contornear el precipicio, se trata más bien del surco de los dedos regulando su descenso a lo indeterminado, paladeando la irrefrenable trayectoria. En el vacío perfecto todos los cuerpos caen a la misma velocidad. Valeria anula el espacio que media entre las cosas afines, arrojándolas hacia la hondura de sus dibujos y pinturas para que concurran en la realización de su insuperable deseo.

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Solemos pensar que los recursos artísticos responden a un medio, que la mancha se debe a la pintura y al líquido. En el entendimiento de que el arte es una búsqueda por la propia voz, Valeria Villegas prescinde de estos supuestos y muestra una serie de dibujos en que la línea parece trocar sus cualidades. Su trazo no se reduce al movimiento por un plano, en su lugar insiste en el mismo sitio para honrar sus inquietudes. De la mancha persiste su libertad, pero en un proceso de reflexión llevado al ritmo de la mano, del pensamiento que orbita en torno a una misma idea. No es un fluido, está dibujada, conjetura paciente sostenida línea a línea. 

Valeria rinde una oda al inicio. Su obra reúne más de un año de preguntas, su voluntad era atender lo que decía cada accidente creado sobre el lino y el barniz. En su vuelta al papel recoge ese método particular en que la repetición arroja algo distinto en cada caso. Así, al dibujar acumulando elementos precisos, acotados, acaba por desbordarlos hacia una trayectoria interior en que se hunde la mirada. 

El deseo que conduce a Valeria es el de involucrarse sin trastocar el acontecimiento, comunión en que puede tener presencia armónica. Cuando los colores vuelven a aparecer ya no son puros, acogen la voz de la artista mientras se expresan por sí mismos. Si cabe hablar de una intención, es la de favorecer el camino indicado por la pieza, hacer de cada línea un horizonte en que la intuición proceda como vértigo.

 

Hugo Alejandro Vega
CDMX, octubre de 2022

Miguel Casco Arroyo

(Puebla, 1991) Artista visual, gestor cultural y museógrafo.

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